La (incómoda) relación de China con Myanmar

Beijing ha mantenido un bajo perfil en relación al golpe de estado en Myanmar, un país con el que comparte una frontera de más de 2.000 kilómetros de extensión, además de una compleja relación afectada por múltiples factores.

Ilustración de Derek Zheng

El pasado 1º de febrero un golpe de Estado en Myanmar derrocó al gobierno civil liderado por la Liga Nacional para la Democracia (NLD) de Aung San Suu Kyi, y que dejó nuevamente al ejército, o Tatmadaw, al mando de la situación.

El golpe ha sido visto como la respuesta del ejército a su control cada vez más débil sobre el poder civil, así como a sus crecientes temores ante la popularidad de Suu Kyi, a pesar de la pandemia del COVID-19 y la crisis de la minoría Rohingya. Hay que recordar que Suu Kyi, quien recibió en 1991 el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en promover la democratización de Myanmar, perdió gran parte su prestigio internacional al no atender la difícil crisis del pueblo Rohingya.

El ejército declaró el estado de emergencia en el país y prometió “devolver el poder al partido ganador” después de las próximas elecciones, programadas para un año más.

Recientemente han estallado violentos enfrentamientos en todo el país, luego de dos semanas de manifestaciones mayoritariamente pacíficas. Un manifestante de 19 años resultó gravemente herido en la capital, Naypyidaw, con informes no confirmados de víctimas en otras áreas del país, mientras multitudes se congregaron en grandes ciudades como Yangón y Mandalay. El acceso a Internet ha sido interrumpido y controlado por el gobierno de la junta, que también ha implementado cambios legales, como una ley que exige que las personas informen sobre quienes los visitan de noche y la suspensión de una ley que impedía a las fuerzas de seguridad detener a sospechosos sin la aprobación de un tribunal.

Mientras, China, que comparte más de 2.000 kilómetros de frontera terrestre con Myanmar, se ha mantenido en gran medida tranquila. “Tanto la Liga Nacional para la Democracia como el Tatmadaw mantienen relaciones amistosas con China”, declaró esta semana Chen Hai, embajador de China en Myanmar, calificando al país de “vecino amistoso”.

La relación bilateral

China ha sido objeto de importantes críticas. Los rumores en las redes sociales han alegado que aviones chinos han transportado a técnicos y soldados a Myanmar, y que el Tatmadaw ha buscado ayuda china para construir un nuevo cortafuegos para Internet. Chen, sin embargo, negó que Beijing tuviera conocimiento previo de la toma del poder militar, y apuntó a una reciente declaración de prensa del Consejo de Seguridad de la ONU que señaló su “profunda preocupación” por la situación en Myanmar

Pero incluso los rumores de una supuesta interferencia de Beijing han exacerbado las tensiones de larga data entre los ciudadanos de etnia china y la mayoría bamar en Myanmar (hay 135 grupos étnicos oficialmente reconocidos, los bamar representan el 68% y los chinos el 2,5%). Gran parte del antagonismo actual se remonta a las turbulentas relaciones históricas de ambos países. 

Si bien Myanmar (entonces conocida como Birmania) fue el primer país no comunista en reconocer a la República Popular China (RPCh) liderada por el Partido Comunista Chino en 1949, a fines de la década de 1960 se produjo un aumento en el sentimiento contra la minoría china y que precipitó los disturbios anti-chinos de 1967 y provocó la expulsión de comunidades chinas.

Bajo la política exterior pacifista y reformista de Deng Xiaoping, China se alejó del Partido Comunista de Birmania -el partido de oposición anteriormente prohibido y encabezado por el padre de Suu Kyi-, y optó por una neutralización de las relaciones con la junta militar. Tras las fallidas protestas por la democracia birmana en 1988 (con la ayuda de fervientes intermediarios de Hong Kong y Singapur), China aumentó gradualmente su presencia económica en Myanmar en las últimas décadas del siglo XX. 

La iniciativa de la Franja y la Ruta de Xí Jìnpíng y el rápido crecimiento económico de China hicieron que Beijing pasara de ocupar un poco más del 6% del volumen de exportaciones del país en 2010 a casi el 33% en 2019. El volumen de comercio bilateral superó los US$12.000 millones en 2019-2020, lo que convierte a China en el mayor mercado de exportación de Myanmar. 

Pero los intentos chinos por generar apoyo interno en Myanmar mediante ayuda económica e inversión, al igual que esfuerzos similares en otras partes del sudeste asiático, han sido recibidos con escepticismo por parte del público. En ocasiones, los proyectos chinos son percibidos como económicamente perjudiciales  amenazadores para los intereses de seguridad nacional

En 2011, la junta militar suspendió unilateralmente las obras de construcción de la represa Myitsone, un proyecto de US$3.600 millones impulsado principalmente por capitales chinos. Más recientemente, las empresas chinas bajo el Corredor Económico China-Myanmar (CMEC) se han retrasado debido a las preocupaciones sobre el endeudamiento del país hacia China, así como a la significativa propiedad china de proyectos de infraestructura clave (por ejemplo, su control del 85% de las acciones del Puerto de aguas profundas de Kyaukphyu). 

Todo esto es para decir que las crecientes mareas de sentimiento anti-chino en Myanmar no se pueden atribuir solamente a problemas recientes, sino también a luchas históricas, etnocéntricas e identitarias. 

El dilema de Beijing

Es poco probable que China agradezca los últimos acontecimientos en Myanmar. Por un lado, Beijing no puede permitirse agravar su ya incómoda relación con el público birmano, que ha apoyado abrumadoramente al NLD y a Suu Kyi, incluidas algunas de las minorías étnicas que han protestado por la política Rohingya del país. Los proyectos de infraestructura a gran escala requieren grandes compras domésticas y mano de obra local, lo que significa que el apoyo financiero y laboral de los funcionarios y las empresas locales es vital. También es probable que las manifestaciones políticas y los conflictos políticos en curso representen una amenaza para las empresas internacionales de China en el país, como en el CMEC. 

China encuentra un consuelo limitado en el resurgimiento del ejército; fue Thein Sein, un líder militar, quien impuso una moratoria a la represa Myitsone en 2011, y quien abrió el país a reformas al estilo occidental. De manera más general, el ejército ha sospechado durante mucho tiempo de la presencia regional china, quizás mejor personificada por el actual jefe de la junta, Min Aung Hlaing, quien redobló su apuesta por proveedores de armas rusas durante la última década. Un régimen militar aislado internacionalmente no solo socava la credibilidad de las hipotéticas amenazas chinas contra Myanmar, sino que también socava gravemente el acceso de China, en gran medida sin restricciones, al considerable mercado económico de Myanmar. 

Básicamente, la LND ha demostrado ser un sólido aliado de China durante la última década: suscribiendo acuerdos comerciales internacionales, prometiendo mayores compromisos con los intercambios con la sociedad civil, la construcción de relaciones como parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, etc. La importante visita de Xi Jinping a Myanmar en 2020 consolidó multimillonarios acuerdos de infraestructura, y Beijing fue uno de los estados que felicitó abiertamente a Suu Kyi por la victoria electoral de la NLD en noviembre pasado. 

Por otro lado, las manos de China están atadas. Beijing ha adoptado durante mucho tiempo el discurso oficial de que los asuntos internos de los países deben manejarse a nivel nacional, un principio que cita al repudiar las críticas occidentales sobre su manejo en Hong Kong, el Tíbet y Xinjiang. China bloqueó una condena propuesta por la ONU el 3 de febrero, y calificó la “nueva reorganización del gabinete” en Myanmar como un problema interno. Cualquier intento de pedir abiertamente el fin del régimen militar podría alejar a miembros de la comunidad internacional que ven con buenos ojos la política exterior selectivamente no intervencionista y permisiva de China.  

Además, Beijing debe considerar los costos y beneficios de romper los lazos con el régimen militar. Si lo hace, corre el riesgo de convertir al país dirigido por la junta en un caprichoso estado paria, muy parecido a Corea del Norte, o, peor aún, en una bomba de tiempo con la que comparte una larga frontera. 

La forma en que China reaccione al desarrollo de los eventos en Myanmar probablemente dependerá de una multitud de factores: si el ejército tiene éxito en establecer el control, si Estados Unidos entrará en un acuerdo tentativo sobre una intervención multilateral que no choque con los intereses centrales de China, y el grado en que el NLD y sus aliados pueden persuadir a China para que los apoye. Dadas todas las incógnitas, quizás no sea sorprendente que la postura de China hasta ahora haya sido la de no tomar ninguna posición.

Artículo original escrito por Brian Wong / 18 de febrero, 2021.

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