EEUU y China: 1882 y Ley de Exclusión de Ciudadanos Chinos

El 6 de mayo de 1882, el presidente estadounidense Chester A. Arthur firmó una ley que por primera vez apuntaba a una nación específica -China-, y negó a sus ciudadanos la entrada a Estados Unidos.

“Una estatua para nuestro puerto”, caricatura política publicada en 1881.

Artículo original escrito por James Carter / 5 de mayo, 2021.

La violencia anti-asiática en Estados Unidos se ha disparado en los últimos años. Según un informe de marzo de 2021 de la Universidad Estatal de California en San Bernardino, los delitos violentos contra asiáticos y estadounidenses de origen asiático en las principales ciudades estadounidenses aumentaron casi en un 150% en 2020, a pesar de que los actos oficialmente definidos como “delitos de odio” disminuyeron en todo el país en un 6%. La tendencia fue especialmente dramática en las grandes ciudades de la costa del Atlántico, donde las denuncias de delitos de odio contra asiáticos aumentaron en más de un 100% en Boston, un 200% en Filadelfia y Cleveland, y más de un 800% en la ciudad de Nueva York.

Gran parte del aumento se atribuye a la pandemia de COVID-19, que se originó en China. Etiquetas como “virus de China” y “gripe kung” (Kung flu) exacerbaron los temores y alimentaron el racismo, en particular hacia personas de ascendencia asiática. (Para resaltar la irracionalidad de los hechos, es importante subrayar que los más probables es que el virus llegó a la costa este de EE.UU. desde Europa).

Lamentablemente, la idea de que los individuos de ascendencia asiática eran vectores de enfermedades que literal o figuradamente podían infectar a Estados Unidos no es novedad. En este artículo echaremos una mirada a mayo de 1882, cuando el mandatario estadounidense Chester A. Arthur firmó una ley que por primera vez apuntó a una nación específica, China, y negó a sus ciudadanos la entrada a Estados Unidos.

El flujo significativo de inmigración china a Estados Unidos comenzó a mediados del siglo XIX. El llamado “comercio de culíes” llevó a miles de trabajadores chinos al extranjero cada año, a menudo en contra de su voluntad como sirvientes contratados (o algo peor). La trata de mano de obra china se investigó en numerosas ocasiones como una forma de esclavitud (en esta columna se habla sobre un incidente de 1855, el Incidente de Waverly). En particular, entre 1865 y 1869, decenas de miles de chinos trabajaron para construir el ferrocarril que uniría las costas este y oeste de EE.UU., una historia que Gordon H. Chang cuenta conmovedoramente y con brillante detalle en Ghosts of Gold Mountain.

Un pujante Estados Unidos vio en los trabajadores chinos una solución a su apetito por mano de obra, pero había un inconveniente. El imperio Qing nunca había fomentado la emigración y, en ocasiones, la había prohibido de manera explícita. Estados Unidos envió un embajador a China para garantizar el derecho de los chinos a emigrar libremente. Firmado en 1868, justo un año antes de que se completara el ferrocarril transcontinental, el llamado Tratado de Burlingame (llamado así por el embajador estadounidense Anson Burlingame) no tenía la intención de ser una medida para abrir EE.UU. a la inmigración, aunque lo hizo, sino para garantizar que China no cerrara la fuente que pudiera suplir la necesidad de mano de obra barata en Estados Unidos.

Una disposición del Tratado Burlingame era que prohibía el transporte involuntario de chinos a EE.UU., una medida que tenía por objeto contrarrestar el tráfico y el secuestro. Solo se garantizó la migración voluntaria. Aun así, la demanda estadounidense de mano de obra tuvo un lado siniestro: a raíz de la guerra civil, se buscó mano de obra agrícola de bajo costo para reemplazar la mano de obra afroamericana recién emancipada, además de las demandas del país en expansión.

El Tratado Burlingame logró su objetivo de traer mano de obra china a EE.UU., pero casi tan pronto como se promulgó el tratado, muchos estadounidenses comenzaron a reconsiderar la idea.

En abril de 1870, solo dos años después del tratado, los propietarios de fábricas en North Adams, Massachusetts, contrataron a 75 chinos para romper una huelga. Se corrió la voz de que los chinos estaban robando puestos de trabajo, aceptando salarios más bajos de los que se podían pagar a estadounidenses blancos. A pesar de que en el censo de 1870 indicó que solo el 0,17% de la población estadounidense era china (alrededor de 63.000 personas, casi todas en los estados occidentales, de un total de 38 millones), se inició la acción política para detener la inmigración china.

La ley Page de 1875 explotó el lenguaje sobre la “migración voluntaria” para erigir barreras. Formalmente, la ley prohibía la inmigración de trabajadores subcontratados y prostitutas, pero dado que se suponía que la mayoría de los hombres chinos estaban contratados y la mayoría de las mujeres eran consideradas prostitutas -y demostrar lo contrario era difícil-, sus efectos fueron mucho más amplios que eso. Sin embargo, dado que el Tratado de Burlingame sólo había permitido la migración “voluntaria”, la ley se consideró legal. (Una consecuencia de la Ley Page fue que el ya bajo porcentaje de mujeres en la migración china a Estados Unidos se redujo aún más, hasta el punto de que muchas comunidades chinas en Estados Unidos eran casi en su totalidad hombres).

La retórica anti-china se intensificó durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 1876. Aunque los estados del Pacífico estaban escasamente poblados, el riguroso cálculo electoral hizo que su puñado de votos electorales fuera crucial, por lo que ambos partidos principales complacieron el sentimiento anti-chino en la costa oeste.

Rutherford Hayes fue elegido presidente a pesar de perder el voto popular. En 1879, vetó un proyecto de ley que limitaba a 15 el número de chinos que podían estar a bordo de cualquier barco que llegara a Estados Unidos, alegando que contravenía el Tratado de Burlingame. Pero Hayes ordenó que se renegociara el Tratado de Burlingame. En 1880, se firmó el Tratado Angell, que otorgó a China algunos privilegios comerciales adicionales en Estados Unidos. Pero, lo que es más importante, otorgó a EE.UU. el derecho de “regular, limitar o suspender” la inmigración china.

El Congreso no perdió tiempo. Dieciocho meses después de la firma del Tratado Angell, un proyecto de ley que proponía una prohibición de 20 años a la inmigración china fue aprobado abrumadoramente por el Senado y la Cámara, y aterrizó en el escritorio del presidente Chester Arthur. Al igual que Hayes antes que él, Arthur al principio ejerció su poder de veto, temiendo que el proyecto de ley violara el permiso del nuevo tratado para suspender, pero no prohibir, la inmigración. El Congreso envió rápidamente un nuevo proyecto de ley pidiendo una prohibición de 10 años.

El 6 de mayo de 1882, Arthur firmó el proyecto de ley, que entró en vigor tres días después, prohibiendo a los “trabajadores calificados y no calificados y chinos empleados en la minería” venir a Estados Unidos durante 10 años. En efecto, casi ningún chino pudo emigrar legalmente. En ese momento, solo había 105.000 chinos en Estados Unidos, aproximadamente el 0.1% de la población.

La ley fue más allá de la inmigración. Los chinos que ya se encontraban en EE.UU. fueron excluidos de la ciudadanía estadounidense, y si abandonaban el país, por ejemplo, para visitar a familiares en China, tendrían que obtener un certificado de reingreso. Dado que este certificado estaría sujeto a los requisitos de la nueva ley, en términos prácticos, cualquier chino que viviera en EE.UU. estaba separado de sus parientes.

En una famosa carta publicada en el New York Sun, un estudiante chino describió su reacción a una campaña de suscripción para apoyar la Estatua de la Libertad, que todavía esperaba un pedestal para tomar su lugar en el puerto de Nueva York. Saum Song Bo escribió:

“Mis compatriotas y yo tenemos el honor de ser llamados así ciudadanos por la causa de la libertad. Pero la palabra libertad me hace pensar en el hecho de que este país es la tierra de la libertad para los hombres de todas las naciones, excepto los chinos. Esa estatua representa a la Libertad sosteniendo una antorcha, que ilumina el paso de aquellos de todas las naciones que ingresan a este país. Pero ¿pueden venir los chinos? ¿Se les permite a los chinos disfrutar de la libertad como la disfrutan los hombres de todas las demás nacionalidades? ¿Libres de los insultos, abusos, agresiones, agravios y heridas de los que están libres los hombres de otras nacionalidades? Según la ley de esta nación, un chino no puede convertirse en ciudadano. Si este estatuto contra los chinos, o la Estatua de la Libertad, será el monumento más duradero para mencionar en épocas futuras de la libertad y la grandeza de este país, será algo exclusivamente conocido por futuras generaciones.

Las preguntas de Saum Song Bo fueron respondidas, crudamente, en las décadas siguientes. Las leyes posteriores aclararon que la exclusión se aplicaba no solo a los súbditos de los Qing, sino a cualquier chino étnico, independientemente de su origen nacional. La prohibición original de 10 años se extendió en 1892, y nuevamente en 1902, cuando no solo se prohibió a los chinos la inmigración a Estados Unidos de manera indefinida, sino que también se requirió que cualquier chino que viviera en el país obtuviera certificados de residencia, sin los cuales enfrentaba la deportación. La violencia, incluyendo los linchamientos, de chinos y estadounidenses de origen chino, fueron lo suficientemente común como para provocar protestas en China.

No fue sino hasta 1943, cuando China fue un aliado estadounidense durante la II Guerra Mundial, que se levantó la prohibición a la inmigración china. Ese año se permitió la inmigración de una cuota simbólica de 105 ciudadanos chinos. Hasta 1965 no se permitió la inmigración a gran escala de chinos.

En relación a este tema, la próxima publicación del libro The Chinese Question, del historiador de Columbia Mae Ngai, promete una historia completa de la inmigración china a Estados Unidos.