Fase Uno ¿Tiene Peso el Acuerdo de Trump?

De la Casa Blanca: el 13 de diciembre, la Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos emitió un comunicado anunciando un “la Fase Uno del acuerdo comercial” entre EE.UU. y China. La declaración no fue modesta a la hora de enaltecer lo conseguido por la administración Trump:

EE.UU. y China han alcanzado un trato histórico y ejecutable sobre la Fase Uno del Acuerdo Comercial que requiere reformas estructurales y otros cambios al régimen económico y comercial de China en las áreas de propiedad intelectual, transferencia tecnológica, agricultura, servicios financieros, monedas e intercambio de divisas. El acuerdo de la Fase Uno también incluye el compromiso de China para realizar compras adicionales sustanciales de bienes y servicios estadounidenses en los próximos años.

El representante comercial estadounidense, Robert Lighthizer, afirmó además que el acuerdo “casi duplicará las exportaciones estadounidenses a China en los próximos dos años”.

La versión de Beijing. No obstante, al chequear los medios estatales chinos se aprecia que el único compromiso concreto en el texto es la promesa de EE.UU. de reducir sus aranceles contra China. También hay un párrafo que deja en claro que éste aún no es un acuerdo definitivo, ya que aún requiere ser sometido a una “revisión legal, traducción y corrección”.

El resultado final. El acuerdo comercial no trae muchas novedades según Scott Kennedy, quien investiga la economía y los negocios chinos en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales:

… según los propios cálculos de la administración [Trump], la guerra comercial no ha valido la pena. Todo el comercio y la inversión directa entre EE.UU. y China se han ralentizado, pero estos cambios reflejan la desviación del comercio hacia otros [países], no un retorno de la manufactura a EE.UU. Además, lejos de abandonar sus esfuerzos para lograr la independencia tecnológica, China está redoblando lo que llama “autosuficiencia”. Los aparentes grandes ganadores del acuerdo, los agricultores estadounidenses, no estaban en peligro antes de la guerra comercial, y probablemente habrían vendido lo mismo en conjunto a China si la guerra comercial nunca hubiera ocurrido.

Más allá de la “ganancia” de volver al statu quo previo a la guerra comercial, la confianza mutua entre ambos gobiernos es más baja que nunca. Después de 529 días de fuertes tensiones, “el encontrar formas para cooperar con los chinos en urgentes asuntos regionales y globales, como el cambio climático, se volverá más difícil de lo necesario”, agregó Kennedy.

Tan sólo en la última semana, dos eventos dejaron al descubierto la mayor tensión derivada de la rivalidad entre Washington y Beijing:

  • “Este otoño el gobierno estadounidense expulsó en secreto a dos funcionarios de la embajada china después de que condujeron a una importante base militar en Virginia”, señaló el New York Times. “Las expulsiones de diplomáticos chinos sospechosos de espionaje parecen ser las primeras en más de 30 años”.
  • Por su parte, Beijing ordenó a todas sus oficinas gubernamentales e instituciones públicas que eliminen los equipos y software informáticos extranjeros en un plazo de tres años. El Financial Times indicó que la orden “es la primera instrucción públicamente conocida con objetivos específicos para que los compradores chinos cambien a vendedores de tecnologías locales, y se hace eco de los esfuerzos de la administración Trump por frenar el uso de la tecnología china en EE.UU. y sus aliados”.

Escrito por los Editores (16 de diciembre, 2019)