Opinión: ¿Se volverá Nueva Zelanda más agresiva con China?

Desde la primera década del siglo XXI, la relación entre ambos países se ha caracterizado por sus oportunidades económicas. Pero con el deterioro de los lazos entre Beijing y los aliados clave de Nueva Zelanda ¿está Wellington listo para adoptar una postura más firme?

Ilustración por Alex Santafé

Columna escrita por Alex Smith / 9 de diciembre, 2020.

Las relaciones entre China y las potencias de la alianza de inteligencia y espionaje conocida como Cinco Ojos (Five Eyes), se han deteriorado notablemente desde 2016. Cuatro de ellas (Estados Unidos, Canadá, Australia y el Reino Unido) se han visto enfrentadas con Beijing en disputas comerciales, tensiones sobre si permitir o no a Huawei construir redes 5G,  además de los problemas diplomáticos ligados a Hong Kong.

Tras el llamado del gobierno australiano a lanzar una investigación sobre los orígenes del COVID-19, su relación con Beijing tocó un nuevo fondo en noviembre cuando China anunció que impondría aranceles de hasta 212% al vino australiano importado.

Sin embargo, hay un miembro de la alianza Cinco Ojos que, hasta ahora, ha evitado grandes dificultades en su relación con China: Nueva Zelanda. La aparente decisión del gobierno con sede en Wellington de no adoptar las posturas más extremas de otros miembros de la alianza de inteligencia, no ha pasado desapercibida.

Medios de prensa sobre la relación Nueva Zelanda-China-Cinco Ojos con frecuencia califican al país dirigido por la primera ministra Jacinda Ardern como al eslabón débil de la alianza de inteligencia, pues supuestamente ha fallado en tomar en serio la interferencia china en sus asuntos internos, algo que aparentemente ha disgustado a personeros del sector de inteligencia en países de los Cinco Ojos. Cuando Washington, Londres, Ottawa y Canberra emitieron una declaración conjunta sobre la reciente ley de seguridad nacional de Hong Kong, el respetado comentarista estadounidense especializado en China, Bill Bishop, destacó la ausencia de Nueva Zelanda. El gobierno de Wellington, en cambio, optó por emitir su propia declaración.

La relación de Nueva Zelanda con China a menudo ha sido celebrada por ambas partes, con frecuentes alabanzas a lo que se conoce como los cinco “primeros”, en relación a cinco hitos diplomáticos de la relación bilateral. Entre ellos, el más destacado es cuando Nueva Zelanda se convirtió en el primer país occidental en llegar a un acuerdo de libre comercio con China.

La académica neozelandesa Anne-Marie Brady [especialista en política china interna/externa, y profesora en la Universidad de Canterbury, NZ] ha sido una de las voces más destacadas en subrayar públicamente la necesidad de que Nueva Zelanda asuma la seriedad de la interferencia de China. En un reciente artículo suyo publicado en la revista The Diplomat, Brady argumenta que desde 2017 Nueva Zelanda ha experimentado un “reajuste silencioso” en su relación con China. Según la académica, Wellington ha estado practicando “una deliberada ambigüedad en su política hacia China”, incluso “evitado enérgicamente confrontar directamente” a Beijing. Cuando Nueva Zelanda se ha opuesto al gobierno de Xi Jinping, Brady afirma que lo ha hecho estratégicamente aparentando no estar pensando a un país en particular. Como ejemplo, el texto menciona la investigación del Parlamento de Nueva Zelanda entre 2018 y 2019 sobre interferencia extranjera, la que Brady afirma estaba claramente enfocada en China, aún cuando nunca fue reconocido oficialmente de forma deliberada.

En lugar de arremeter contra Beijing, Brady indica que Nueva Zelanda ha tratado de “potenciar [su] capacidad de recuperación y resistencia”, buscando fortalecer su influencia en su rincón del océano Pacífico con “Pacific Reset” –una iniciativa de su política exterior para acelerar la cooperación con estados del Pacífico Sur, en áreas como el cambio climático, e incrementar la ayuda neozelandesa a esa región – y diversificar sus lazos comerciales a través de la búsqueda de acuerdos multilaterales.

Por su parte, las académicas Anna Powles y Joanne Wallis también han observado un cambio en el enfoque del gobierno de Jacinda Ardern hacia China. En octubre pasado, las académicas notaron que el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Nueva Zelanda, Winston Peters, parecía estar adoptando una postura retórica más robusta hacia Beijing, una medida que ambas académicas pensaron probablemente tranquilizaría y “animaría a su aliado australiano”, que antes expresó preocupación por la aparente falta de asertividad neozelandesa frente a China.

El gobierno en Wellington también ha exagerado su reputación de tener una “política exterior independiente”, una que el país desarrolló luego de ser suspendido de su alianza militar con EE.UU. y Australia, al prohibir la entrada a sus aguas de barcos con propulsión nuclear y armas nucleares. Hasta ahora, la estrategia parece haber ayudado a Nueva Zelanda a moderar sus expectativas y sortear las demandas de socios comerciales y aliados en seguridad. Como mínimo, Nueva Zelanda parece haber evitado ser comparada con “un canguro gigante que actúa como el perro de Estados Unidos”, imagen a la que aludió el diario nacionalista chino Global Times para describir a Australia.

Sin embargo, esta retórica levemente más fuerte quizás no sea suficiente para contentar a todos dentro de Nueva Zelanda, como a aliados extranjeros. Si bien Wellington ha firmado declaraciones conjuntas sobre el maltrato a los uigures en Xinjiang, y ha discutido el problema con funcionarios chinos a puerta cerrada, grupos como el Consejo Judío de Nueva Zelanda y la Federación de Asociaciones Islámicas de Nueva Zelanda han exigido que el gobierno de Arden tome acciones directas contra China. Otros han pedido que el país insular siga los pasos del Reino Unido y de refugio a los habitantes de Hong Kong que buscan escapar de la nueva ley de seguridad nacional. Recientemente, la profesora de estudios asiáticos en la Universidad Victoria de Wellington, Catherine Churchman, argumentó que Nueva Zelanda necesita apoyar a Canberra para confrontar a China cuando ésta usa como un arma el acceso a sus mercados.

A pesar de estas críticas y preocupaciones, aún no se ha generado un debate público más amplio o una mayor preocupación sobre China de la misma forma que ocurrió en otros países miembros de los Cinco Ojos. Como señalan Powles y Wallis, los temas de política exterior, incluyendo la relación de Nueva Zelanda con China, estuvieron en gran parte ausentes del debate previo a las elecciones de octubre pasado.

También es revelador que, según la Encuesta sobre la percepción de Asia de la Fundación Asia Nueva Zelanda, desde noviembre de 2019 solo el 22% de los neozelandeses ve a China como una amenaza para su país, mientras que el 16% considera que Nueva Zelanda debería esforzarse por fortalecer su relación con China, siendo la principal razón el comercio.

Estos resultados contrastan con una encuesta del Pew Research Center de 2019, en que el 60% de los estadounidenses dijo tener una opinión desfavorables de China. Y a pesar de que la mayoría de los australianos considera a Nueva Zelanda como el mejor amigo de su país, el sentimiento público australiano estaba mucho más alineado con el de Estados Unidos. Una encuesta del Lowy Institute de 2020 afirmó que la confianza de los australianos en China había caído a un mínimo histórico, con un 77% de los encuestados ellos diciendo que tenían poca o ninguna confianza en Beijing para actuar responsablemente en el mundo, mientras que un sorprendente 94% de los australianos querían que su país redujera su dependencia económica de China.

Las razones de este abismo entre la opinión pública neozelandesa y la de sus socios de seguridad tradicionales no son tan claras. China es el mayor socio comercial de Nueva Zelanda, y su importancia económica es a menudo considerada como la razón por la que Wellington no puede, o no quiere, permitirse adoptar una postura más agresiva. Pese a ello, Beijing también es el socio más grande de Australia por un margen considerable.

Catherine Churchman sugiere que hay otros factores relevantes en juego, como el sistema electoral proporcional mixto de Nueva Zelanda -el cual puede alentar a políticos a ceñirse a un punto medio en lugar de adoptar una posición extrema-, y el hecho de que los polos de izquierda y derecha en Nueva Zelanda no con comparables a los de Estados Unidos y Australia. La derecha neozelandesa tiende a ser consciente de los intereses económicos nacionales ligados a China, mientras que en la izquierda existe una tendencia anti-estadounidense.

Churchman también indica que la cobertura de los medios nacionales y el conocimiento general de China por parte del público aún son bajos.

Con una opinión pública mixta sobre la relación entre Nueva Zelanda y China, y con la presencia de poderosos intereses económicos y de seguridad, Wellington parece dirigirse a una larga y complicada ruta.


Los puntos de vista, pensamientos y opiniones expresados ​​en este artículo son exclusivamente del autor, y no reflejan los puntos de vista de su empleador ni de ninguna otra parte.