Venezuela: el pase de entrada para China en América Latina y el Caribe

Beijing es hoy el principal socio comercial de varios países de la región. Esa dinámica dio sus primeros pasos con el acercamiento entre Beijing y Caracas durante la presidencia de Hugo Chávez.

Hugo Chávez junto a los presidentes chinos Jiang Zemin, Hu Jintao y Xi Jinping. En la esquina inferior-izquierda, Nicolás Maduro estrecha la mano de Xi Jinping.

Escrito por Sebastián Castaño Palacio.

En lo que va corrido del siglo XXI, la expansión económica de la República Popular China (RPCh) ha posicionado a ese país como uno de los principales prestamistas a nivel mundial. Su desarrollo, apoyado en el acceso a materias primas de mercados externos, convirtieron a Beijing en un referente de cooperación en países en vías de desarrollo. Una de esas regiones beneficiadas ha sido América Latina y el Caribe (ALC), en particular sus gobiernos de izquierda, con los que China ha fortalecido su intercambio comercial.

Esa dinámica dio sus primeros pasos con inversiones, préstamos y acuerdos comerciales que marcaron el acercamiento Beijing-Caracas durante la presidencia de Hugo Chávez.

Si bien los cimientos de las relaciones sino-venezolanas se remontan a los años 70, su auge se produjo con la llegada de Chávez al poder en 1999. El líder venezolano afianzó los lazos con Beijing durante la primera década de los años 2000, relación a través de la cual intentó diversificar la exportación de su petróleo y buscar un acercamiento con el continente asiático. Con el tiempo, la RPCh se posicionó como segundo socio comercial de Venezuela, detrás de Estados Unidos, gobierno con el que Chávez tendría fuertes desencuentros durante la administración de George W. Bush.

Para el periodo comprendido entre 2000 y 2019, la RPCh transfirió el mayor flujo de capital que jamás hubiese efectuado a un país de ALC. Para efectos de préstamos e inversión directa, US$ 68.678 millones fueron entregados por China a Venezuela en dicho periodo. Una gigantesca suma que no sólo auspició el afianzamiento de las relaciones entre ambas naciones, sino que además permitió a Chávez hacer un contrapeso geopolítico a Estados Unidos. Cabe resaltar que los préstamos a Venezuela representaron el 45% de todo el financiamiento otorgado por China en el citado lapso. Por su parte, la potencia asiática empezó a ocupar un importante espacio en territorio venezolano. Un total de 92 compañías de capital chino, vinculadas a los acuerdos pactados entre ambos gobiernos, estuvieron presentes en 21 de las 24 regiones que integran el país sudamericano.

El valor de estos fondos representó en su momento un potencial beneficio para el país latinoamericano. Aproximadamente el 91% de ese importante flujo de capital estuvo destinado a préstamos comerciales suministrados por entidades financieras estatales como China Development Bank y Export-Import Bank of China. Estos fondos se concentrarían principalmente en el financiamiento de empresas mixtas en agricultura, minería, energía y tecnología. Cabe resaltar que esta millonaria inyección de capital no se sostuvo en lo corrido del siglo XXI, pues la financiación proveniente de Beijing estuvo latente hasta 2015. Para el año 2016 China ofreció una reestructuración de lo adeudado, dándole un periodo de gracia de dos años a Caracas, donde únicamente debía pagar los intereses sobre la deuda pendiente. En tanto, el país sudamericano continuaba enviando barriles de petróleo a China como mecanismo de pago, tal y como habían estipulado a principios de la década de 2010.

La crisis en 2015 que trajo consigo la devaluación del petróleo, exacerbó fuertemente la crisis venezolana, que para ese entonces ya había abierto grietas en la economía local. Las políticas económicas implementadas por Caracas terminaron por asfixiar la producción interna de crudo, y con ello entorpeció el sistema con que Venezuela pagaba a Beijing. Así mismo, la preminencia del personal chino en el manejo y supervisión de las industrias mixtas —situación que obstaculizó la posibilidad de las compañías venezolanas para emerger en el marco de los acuerdos pactados— afectó los vínculos entre ambos países, enfriando la mayor relación que China haya forjado con un país de la región en las últimas décadas.

El retorno del gigantesco flujo de capitales chinos es hoy desalentador: 25% de los proyectos derivados de los fondos binacionales celebrados entre los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro con China quedaron inconclusos; la propiedad de 50 de las 92 empresas chinas vinculadas a estos acuerdos (es decir, 54% de ellas) se desconoce; y a la fecha, Venezuela se encuentra inmersa en un endeudamiento con la RPCh que oscila entre los US$15 y US$20 mil millones.

El resultado de lo sembrado en esa relación pareciera no haber tenido los frutos esperados por las partes involucradas. Sin embargo, desde una óptica más amplia, China obtuvo ganancias. El afianzamiento de sus relaciones con Venezuela, particularmente en materia de financiamiento, significó la puerta de entrada para fortalecer sus relaciones con otros países de ALC, como también para diversificarlas. Un ejemplo son las consecuencias del vínculo que Venezuela forjó con Centroamérica y el Caribe a través de la alianza bautizada como Petrocaribe. Los países de ese bloque fueron beneficiados por el envío de barriles de petróleo provenientes del país sudamericano. A su vez, el gobierno venezolano buscó consolidar al Caribe y a Centroamérica como un bloque en que se promovieran alianzas estratégicas con países amigos, como Rusia y China. Ello permitió a Beijing el diversificar sus relaciones con países de esas áreas.

A su vez, para finales de la década de los 2000, el gobierno de Chávez priorizó el comunicar su discurso en ALC, y decidió utilizar la integración regional como un mecanismo para promocionar su agenda política. Su afinidad con los gobiernos del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y de la argentina Cristina Fernández de Kirchner, lo ayudaron a impulsar y fortalecer movimientos de consolidación regional, como la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), a través de los cuales buscó impulsar los nexos con mercados extranjeros —entre los que se encontraba la RPCh—, y a su vez aminorar la dependencia comercial y política de la región con Estados Unidos.

Apoyado en los cuantiosos recursos generados por la subida de los precios del petróleo durante la segunda mitad de la década de los 2000, el líder venezolano, de la mano del gobierno de Cuba, creó un particular proyecto de integración regional: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Aunque su momento de auge e influencia fue transitorio, ALBA buscaba promover el comercio y la inversión entre sus estados miembros, desde un enfoque de cooperación y complementación política, económica y social, auspiciando una mayor independencia de Washington. ALBA formó parte de una serie de movimientos de consolidación latinoamericana liderada y promovida, en parte, por el entonces presidente venezolano, y en el que China se apoyó para acercarse a otros gobiernos de izquierda en la región. En otras palabras, su cercanía con Caracas en las últimas décadas permitió a Beijing ganar socios estratégicos en ALC.

La región ha representado un atractivo geopolítico para la RPCh, tanto por su potencial industrial y manufacturero, como también por la búsqueda de nuevos mercados para el desarrollo de la economía china. Aunado a ello, ALC representa un punto estratégico para China debido a que concentra la mayor parte de los países que reconocen a Taiwán a nivel mundial.

La actual crisis sanitaria generada por el COVID-19 ha brindado otra oportunidad para fortalecer la presencia de China en la región. Su apoyo a países con los que ha tenido históricas relaciones ha sido significativo, y se ha hecho sentir incluso en países que sostiene relaciones oficiales con Taiwán. Ante este panorama, Venezuela no ha sido la excepción. Caracas se muestra aún dependiente del que fuera su principal prestamista y brazo financiero. Ante las sanciones impuestas por EE.UU. y la negativa del Fondo Monetario Internacional de brindarle un préstamo en marzo pasado, China continúa siendo su mayor apoyo en momentos en que atraviesa una grave crisis económica y social.


Sebastián Castaño Palacio, es investigador y oficial de proyectos de la Fundación Andrés Bello – Centro de Investigación Chino Latinoamericano. Politólogo con énfasis en Relaciones Internacionales, cuenta con una amplia experiencia en seguridad y protección territorial en Colombia, y tiene un profundo interés de investigación en temas de geoestrategia y seguridad en la región de América Latina y el Caribe.