Los Trabajadores Migrantes Chinos que Impulsan la Industria de la Construcción en Israel
El sector de la construcción israelí es conocido como uno de los más peligrosos del mundo. Depende en gran medida del trabajo de los trabajadores migrantes chinos, que arriesgan su salud y felicidad en un esfuerzo por una vida mejor.
En un rincón industrial de Petah Tikva, un suburbio de Tel Aviv, escondido entre talleres de reparación de automóviles y almacenes de materiales para la construcción, se encuentra un gran complejo de dormitorios. Pintado con aerosol en el costado de las paredes hay flechas que indican dónde se debe recoger a los residentes, en su mayoría chinos, alrededor de las seis de la mañana, de domingo a viernes, y transportarlos a sus respectivos lugares de trabajo en todo el país. Alrededor de las siete de la tarde, el sitio cobra vida nuevamente con oleadas de obreros que regresan, con su ropa manchada y la piel quemada por trabajar bajo el fuerte sol del Medio Oriente.
Los trabajadores migrantes chinos han impulsado el milagro económico sin precedentes de China y su posterior ascenso como potencia mundial, y representan uno de los pilares de la rápida industrialización de su país. Pero mientras 250 millones de chinos han emigrado a las zonas urbanas dentro de su territorio, otros cientos de miles se salido al extranjero en busca de nuevas oportunidades aún más lejos de casa. De acuerdo al Ministerio de Comercio de China, 992.000 trabajadores chinos se encontraban trabajando en el extranjero a fines de 2019.
Los obreros chinos comenzaron a ir a Israel en la década de 1990 a raíz del primer levantamiento palestino, o Intifada, que provocó una grave escasez de mano de obra en la industria de la construcción local. Hoy, los trabajadores chinos representan la mayor proporción de los empleados extranjeros en el sector de la construcción en Israel, con alrededor de 6.000 obreros trabajando en diversos proyectos, en su mayoría para empresas israelíes.
Entre la década de 1990 y el año 2017, los trabajadores chinos fueron contratados bajo un restrictivo mecanismo de empleo en el que estaban directamente vinculados a sus empleadores. Los potenciales obreros pagaban tarifas exorbitantes por la oportunidad de trabajar en Israel, con un promedio de alrededor de US$22.000, de acuerdo a una encuesta de 2011 realizada por el Centro para la Migración e Integración Internacional, CIMI (por su sigla en inglés), con sede en Jerusalén.
La mayoría de los trabajadores chinos llegarían a Israel con altos niveles de deuda, lo que daría a las empresas de construcción un gran poder de negociación en desmedro de los trabajadores, ya que no podrían elegir cambiar de empleadores una vez instalados en el país. Esto generó malas condiciones de trabajo, y al mismo tiempo alentó a los empleados chinos a tomar un empleo ilegal, ya que los trabajadores descontentos dejarían su empresa contratante, pero quedándose en Israel.
En noviembre de 2017, los gobiernos israelí y chino firmaron un acuerdo bilateral (AB) para regular el proceso de traer obreros de la construcción a Israel. Según el AB sólo se les permitiría la entrega de permisos para trabajar en Israel a la Autoridad de Población, Inmigración y Fronteras de Israel (APIF) y a la Asociación Internacional de Contratistas de China, eliminando las agencias de contratación y regulando las tarifas de empleo. Además, los trabajadores podrían cambiar de empleador dentro de su sector dentro del país.
La profesora Nonna Kushnirovich, una investigadora que estudia la migración en Israel, señala que el propósito del AB era aumentar la transparencia y reducir los costos de reclutamiento de posibles trabajadores migrantes, con poca atención a las condiciones de vida y trabajo. En este sentido, el acuerdo ha sido exitoso: una encuesta realizada por CIMI en conjunto con APIF y el Centro Ruppin, indicó que entre 2011 y 2018 los costos promedio de contratación de un trabajador chino bajaron de US$ 22.000 a alrededor de US$ 1.500.
Por otro lado, el Acuerdo Bilateral no ha hecho lo suficiente por los derechos de los trabajadores.
El sector de la construcción israelí es conocido como uno de los más peligrosos del mundo. En 2018, tuvo el tercer mayor número de accidentes de la construcción entre los miembros de la OCDE. Un informe de 2016, del Ministerio de Economía e Industria de Israel y el Instituto Nacional de Seguros, estimó que los accidentes fatales en las obras de la construcción israelíes más que doblaban la tasa de la Unión Europea. Según la organización sin fines de lucro Kav LaOved, enfocada en los derechos de los trabajadores, 47 obreros de la construcción murieron en su trabajo en 2019. Debido a que los empleados chinos están contratados casi exclusivamente en el sector de la construcción, se enfrentan de manera desproporcionada a esta realidad.
Nily Gorin, activista que ha trabajado extensamente con la comunidad china, dice que los trabajadores siempre enfrentaron “precarias condiciones de trabajo” y bajos niveles de vida. Ella cree que posiblemente fue un error, tanto del gobierno como de la comunidad de activistas, centrar los esfuerzos de reforma exclusivamente en disminuir las tarifas de reclutamiento, sin reconocer a los “trabajadores como seres sociales”.
“Los chinos trabajan [en Israel] por dos razones: familia y país”.
De acuerdo a Li Baoshan, un trabajador de la construcción chino que ha vivido en Israel por más de 10 años, independiente de la reducción en los costos de inmigración, “la vida de los trabajadores chinos [en Israel] es muy amarga”. Si bien reconoce que los salarios son más altos en Israel, cree que las condiciones de vida y de trabajo son peores que en cualquier otro país donde operan obreros de la construcción chinos, incluida la propia China.
Li afirma que la seguridad en los lugares de trabajo es uno de los aspectos “más difíciles” de vivir en Israel. Describe una situación en que los trabajadores arriesgan sus integridad física para empujar la construcción demandada para dar cabida a la creciente población de Israel. Los sitios de construcción carecen de redes para atrapar a los trabajadores que caen, una disposición de seguridad que se ha adoptado en gran parte del mundo, incluida China. Los gerentes no responden a las quejas de los trabajadores. Los obreros trabajan largas jornadas, con un promedio de más de 11 horas diarias, según las encuestas del CIMI, lo que genera agotamiento.
Un trabajador chino de apellido Bai, hablando frente a una iglesia china en el barrio de Neve Sha’anan, relata haber visto una disputa entre un obrero árabe y otro chino en su lugar de trabajo. La confrontación se volvió física, pero los gerentes parecían apáticos. Incapaces de comunicarse claramente, otros trabajadores tuvieron que separarlos. Bai dice que ese tipo de situaciones en hace peligrar la seguridad en el lugar de las obras, donde los trabajadores deben confiar unos en otros. Dice que estaba conmocionado por la indiferencia del gerente, y como un inmigrante relativamente nuevo en Israel, comenzó a dudar de su estadía en el país. Cuando los trabajadores chinos como él requieren servicios de traducción para disputas con otros empleados o gerentes, deben llamar a un número provisto por sus compañías. Ese teléfono a menudo está ocupado o no hay respuesta. Con poca ayuda de la gerencia y sintiéndose aislado, Bai se lamenta de que no podría completar su contrato de cinco años si sus condiciones de vida y de trabajo no mejoran.
Bai no está solo en su descontento. Dos estudios del CIMI han encontrado que la proporción de trabajadores chinos que recomendarían a otros ir a Israel ha disminuido desde un 60% al 38%. Según Michal Tajer, abogado de Kav LaOved, las cuotas establecidas por el AB hasta han quedado por sobre el cupo total, lo que posiblemente indique preocupación en el lado chino.
Los abominables estándares de seguridad de Israel incluso han llamado la atención de los funcionarios en China. En 2018, después de que dos trabajadores chinos murieron en su trabajo en Israel, las autoridades chinas prohibieron a sus ciudadanos trabajar en 36 proyectos, asignaron cuatro inspectores para evaluar a fondo la seguridad en los sitios que emplean obreros chinos, además de llamar al vice embajador de Israel en Beijing para explicar los incidentes.
Más allá de las malas condiciones de trabajo, los obreros chinos enfrentan condiciones de vida inhumanas. Según el profesor Kushnirovich, la Ley de Trabajadores Extranjeros de Israel estipula que los empleadores sólo están obligados a proporcionar estándares de vida mínimos a sus trabajadores, incluidas camas, cuatro metros cuadrados de espacio habitable por persona, instalaciones de cocina y baños. Pero debido a su falta de detalles y su débil control, las condiciones de vida son muy “amargas” para los obreros chinos, según un trabajador que vive en el dormitorio del sitio de construcción.
Entrar en los dormitorios de los trabajadores chinos revela condiciones que la mayoría consideraría inaceptables. Según varios residentes, alrededor de 200 trabajadores viven en las cercanías. Los dormitorios son en su mayoría contenedores de barcos modificados, con puertas instaladas a los lados y sin aislamiento, lo que los hace insoportablemente calurosos en verano y fríos en invierno.
“Mira alrededor. ¿Ves alguna democracia o derechos humanos aquí?”
Los dormitorios son pequeños y estrechos, llenos hasta el tope con camas, equipaje y artículos de primera necesidad de dos trabajadores. No hay pavimento que conecte los dormitorios, sólo caminos de barro con una plataforma de madera ocasional colocada en la parte superior. Legiones de ratas y gatos callejeros se escabullen por el dormitorio. Las duchas y los baños se comparten entre gran cantidad de personas. De acuerdo a un trabajador de apellido Liu que vive en el dormitorio, comenta con sarcasmo que el resultado es “fiestas todas las mañanas, fiestas todas las noches”.
Liu considera que las condiciones de vida en su dormitorio son atroces. Habiendo trabajado anteriormente en Japón, está sorprendido por la diferencia en los niveles de vida. En Japón tenía un departamento compartido con lavadora, cocina completa y baños adecuados. En Israel, no tiene ninguno de ellos. A menudo se va la luz y muchas veces no hay agua caliente. Las cocinas no es más que una mesa para preparar la comida y unos grandes quemadores para cocinar con wok. Cuando surgen problemas, la persona encargada de administrar los dormitorios en nombre de la empresa a menudo no responden. Él dice que en su dormitorio, donde viven más de 30 trabajadores, sólo tiene tres duchas y tres baños. Liu agrega que viajó a Israel debido a un prometedor anuncio en línea que vio ofreciendo buenos salarios y condiciones de vida. Sintiéndose engañado, duda que complete sus cinco años de contrato si las condiciones no mejoran.
Li Baoshan se ríe de la idea de que Israel sea un país de democracia y derechos humanos. “Mira alrededor”, exclama. “¿Ves alguna democracia o derechos humanos aquí?”. Sostiene que el gobierno israelí y la sociedad en general simplemente no se preocupa por él y sus compañeros inmigrantes chinos. Señala que los trabajadores chinos vienen a Israel para “contribuir” a Israel “construyendo para los israelíes”. A cambio, a menudo no reciben sus cheques de pago completos, tienen que soportar estándares de seguridad mínimos y viven en condiciones que recuerdan las áreas de vivienda en La Jungla de Upton Sinclair.
La activista Nily Gorin cree que las condiciones deficientes persisten porque “no hay condiciones que apoyen el activismo en las bases” en la comunidad china. Afirma que otros grupos de migrantes, como los hijos de inmigrantes nacidos en Israel que enfrentan persecución y deportación, han podido organizarse mejor debido a su relativa integración en la sociedad israelí, utilizando esa organización para encabezar un movimiento más amplio por sus derechos.
En contraste, Li describe cómo la combinación de largas horas de trabajo, una gran barrera idiomática agravada por la falta de recursos proporcionados por el gobierno y los empleadores, sumado a la impotencia política derivada de su condición temporal, implican que los trabajadores no pueden desarrollar completamente un sentido de comunidad, sin siquiera mencionar las organizaciones de base. “En 10 años no ha habido mejoras”, dice.
Sin embargo, al igual que muchos otros trabajadores chinos, Li ha decidido quedarse en Israel. Si bien muchas personas creen que los obreros chinos se quedan debido a los salarios relativamente más altos, Li confiesa que esa no es toda la verdad. “Los chinos y los judíos piensan de manera diferente”, dice. “Los chinos trabajan [en Israel] por dos razones: familia y país”.
Agrega que mientras está ganando dinero para mantener a su familia para que puedan tener un futuro mejor, también está representando y sirviendo a su país. Si no fuera por los esfuerzos de China para desarrollar una relación con Israel, y el papel central que él cree que los trabajadores de la construcción chinos como él juegan, no estaría allí.
Bai está de acuerdo con este sentimiento, creyendo que él y otros trabajadores como él son parte de La Franja y La Ruta, la iniciativa de política exterior de Xi Jinping que busca construir proyectos de infraestructura internacional para mejorar la conectividad global, y fortalecer la conexión de China con el mundo. Esto eleva su trabajo de simplemente ganar dinero, dice, y lo hace parte del desarrollo de la nación.
Li considera que Israel y China sólo comenzaron a conectarse en la década de 1990, y que los chinos que trabajan en Israel jugaron un papel importante en ello. Ahora, él piensa que ha pasado demasiado tiempo como para que regrese a China. “Ya me he acostumbrado a vivir aquí”, dice. Debido al rápido desarrollo de China, el hogar que dejó hace más de una década está casi irreconocible, lo que lo hace sentirse cada vez más alejado de su tierra natal. Todo lo que puede hacer es seguir trabajando y enviar dinero a casa, con la esperanza de que sus hijos puedan alcanzar un futuro mejor.
Hoy, es en Israel donde encuentra su propósito.
Artículo original escrito por Itamar Waksman. Todas las fotografías pertenecen a Itamar Waksman.